domingo, septiembre 17, 2006

Deportado

Bruno Marcos
Haciendo la maleta me han venido recuerdos confusos, mezclados: Los agitados embarques veraniegos hacia el pueblo, la mudanza definitiva desde la ciudad de cuento de hadas que albergaba en su corazón la violencia, o las idas y venidas a la ciudad de la rana en la calavera.
Más allá del inconveniente real creo que retumba en mí ese sentimiento de deportado, el miedo a ese despertar solitario en el que te preguntas ¿qué hago yo aquí?
Gustavo ha prometido visitarme apenas me haya instalado. El destino quiere que este exilio esté al lado de su casa. Hace casi 13 años de que vivimos juntos. Seguramente no somos ya los de antes. ¿Qué haremos en ese encuentro?¿Pisaremos las calles de esa ciudad desconocida como los muchachos de entonces? Hará aparición esa nostalgia alegre y heroizante. La nostalgia surge porque el presente es decididamente insuficiente, porque no da lo que esperamos, porque no tiene intensidad. Acaso sea este totalmente una derrota, el de mañana, el de pasado mañana, pero no el del viernes en el que vuelva a coger entre mis brazos a Darío.
Un poco a la ligera le dije hace tiempo a un alumno que uno es de donde tiene amigos. Mañana estaré en una ciudad en la que no tengo ni un amigo. Mañana estaré a la suerte únicamente de las leyes de la convivencia humana, como decía Audrey Hepburn de Desayuno con diamantes, salvado por la cortesía de los desconocidos.
En uno de los dos días en los que pasé por mi destino como una exhalación vislumbré una calle deprimente, arruinada y sucia, nada más cruzar el Ebro y me acordé de Gustavo. Era igual a aquellas de Estambul, como las que recorrimos juntos hace 2 años, cuando un torrente bajado del cielo casi nos ahoga en las mismas puertas de Santa Sofía. Él reaccionó como suele en las situaciones de emergencia, con ese mimetismo suyo súbitamente serio se acopló de espaldas a un inmenso árbol que hay en los jardines de la basílica. Yo, como notaba caer encima todo el árbol propuse huir a buscar otro refugio y, de pronto, en medio de la calle desolada, cayendo un río de agua desde las nubes negras, me di cuenta de que podía llevárseme la corriente hasta el Bósforo. Sentí lo que se debe padecer en las catástrofes, nada de ese heroísmo y solidaridad de la que hablan. Quitándome el río de los ojos divisé el refugio de unas cabinas telefónicas, cuando me aproximé las comprobé repletas, turistas apiñados -una babel acuática- que, secos, me miraban con unos ojos en los que se cruzaban la mala conciencia, el pavor y el egoísmo. Tal vez hay algo de esa mirada en la gente que me ve partir, es natural.
Es muy triste sentirse deportado, otra vez desdoblado, un poco extranjero en dos sitios, le pasa a tanta gente, incluso en circunstancias infinitamente peores. Por lo menos esta vez no soy un niño.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

sentimientos deportados, te entiendo, he estado casi toda mi vida lejos de todo.

septiembre 18, 2006 1:32 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Tantas malas vibraciones... Tu ordenador está demasiado cerca de la cuna de Darío. Habrá que acoplarte un inhibidor de frecuencia....

septiembre 20, 2006 1:03 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Deportado, exiliado. Siempre nos parecerá lejos, no hay remedio. Y no se pasa esa sensación ni en meses. Espera que llegue el invierno, un puente, unas vacaciones..., y que llegue la hora de volver a ser deportado, la vuelta al horror. Eso es mucho peor. No es por joder, es para que te prepares.

septiembre 22, 2006 11:01 a. m.  

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